Leccion 4 - Jesus Enseña el Perdon
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Un Padre Perdona a su Hijo
Jesús cuenta una historia
Con frecuencia Jesús contaba breves historias llamadas parábolas, para enseñar verdades espirituales. La siguiente es una de ellas:
También dijo: Un hombre tenía dos hijos: y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente. Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle. (Lucas 15:11-32)
Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba. Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. Y levantándose, vino a su padre.
Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Y el hijo le dijo: Padre he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo.
Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido: se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.
Y su hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. El dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano. Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase. Mas él, respondiendo, dijo a su padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo. El entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado.”
Enseñanzas de esta Historia
Había dos formas de dejar una herencia: mediante un testamento, o por repartición de los bienes a los herederos aún en vida del propietario.
El hijo menor estaba ansioso por irse de la casa para disfrutar la vida a su propia manera. Quería escoger sus propios amigos. No quería que su padre o su hermano le estuviesen diciendo qué debía hacer. Así que el padre le dio su parte de la herencia y él se fue de la casa.
Entonces regresó al hogar, arrepentido de sus pecados, confesándolos y pidiendo perdón. Tenía la esperanza de que su padre le diera un trabajo entre los jornaleros.
¡Qué sorpresa se llevó cuando su padre lo recibió con alegría de vuelta en el hogar y lo restituyó a su lugar en la familia! El no se merecía este trato, pero su padre lo amaba todavía, a pesar de su pecado.
En esta parábola el padre representa a nuestro Padre Celestial, Dios. Los hijos indican dos clases de personas, perdidas las dos. El hijo menor es el pecador que está arrepentido de sus malas obras y vuelve a Dios en busca de perdón.
El hijo mayor, orgulloso de lo bueno que era y avergonzado de su hermano menor, había trabajado para su padre. Pero sus palabras irrespetuosas demuestran que no lo amaba en realidad. En su corazón él estaba tan lejos de su hogar, como su hermano en el lejano país. El representa a aquellos que se enorgullecen de su bondad y no se dan cuenta de que también son pecadores que necesitan el perdón de Dios. El orgullo, la crítica, y un espíritu que no perdona, son pecados como los que cometió su hermano allá en el lejano país.
Todos nosotros hemos desobedecido a nuestro Padre celestial y hemos hecho mal. No merecemos un sitio en su maravilloso hogar en el cielo. Pero Dios nos invita a que nos apartemos del pecado y vayamos a El en busca de perdón.
“Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Romanos 6:23)
Debemos Perdonar
Jesús enseñó que si queremos que Dios nos perdone, debemos perdonar a aquellos que nos ofenden. El enfado es un pecado y la raíz de otros pecados. Produce amargura, crítica, odio, disputas y hasta homicidio. Mientras permanecemos aferrados a nuestros pecados, no podemos ser perdonados. Debemos desecharlos y dejar que Dios nos los quite. Jesús dijo:
“Mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.” (Mateo 6:14-15)
Jesus Perdona a Los Pecadores
Jesús vino al mundo por dos razones:
* Para enseñarnos acerca de Dios y de su amor.
* Para tomar sobre sí la condena por nuestros pecados y morir por nosotros, para que pudiéramos ser perdonados.
Puesto que Jesús iba a morir por todos los pecadores, tenía derecho a perdonar a cualquiera que viniera a El necesitando y deseando el perdón de sus pecados. Jesús perdonó a muchos pecadores y transformó sus vidas completamente. Uno de estos fue una mujer pecadora que probablemente lo había oído predicar y deseaba demostrarle su aprecio. Esta mujer fue a casa de Simón el cual había invitado a Jesús y a sus discípulos a comer. Y postrada a los pies de Jesús ella lloraba arrepentida de sus pecados. Simón estaba escandalizado porque Jesús dejaba que una mujer tan mala tocara sus pies. Simón era un fariseo que observaba estrictamente la ley. Se enorgullecía de su reputación. Jesús le dijo:
“Un acreedor tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios; y el otro cincuenta; y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Dí, pues, ¿cual de ellos le amará más? Respondiendo Simón, dijo: Pienso que aquél a quien perdonó más. Y él le dijo: Rectamente has juzgado. Y vuelto a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies; mas ésta ha regado mis pies con lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste beso; mas ésta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite; mas ésta ha ungido con perfume mis pies. Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama. Y a ella le dijo: Tus pecados te son perdonados. Y los que estaban juntamente sentados a la mesa, comenzaron a decir entre sí: ¿Quién es éste, que también perdona pecados? Pero él dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, ve en paz.” (Lucas 7:41-50)
¡Qué contenta estaba la mujer cuando Jesús la perdonó! El fariseo y sus amigos podrían haber tenido ese mismo gozo y perdón, pero ellos no querían admitir que eran pecadores. Estaban orgullosos de sí mismos y de sus buenas obras.
Los fariseos preguntaron: “¿Quién es éste, que también perdona pecados?” ¿Quién es el que perdona los pecados? El Hijo de Dios, el Señor Jesucristo. Este aún perdona a todos los que vayan a El. Vamos a sus pies en oración confesando que somos pecadores, que estamos arrepentidos de nuestros pecados, y que queremos librarnos de ellos. En nuestro corazón oímos que nos dice: “Tus pecados te son perdonados. Tu fe te ha salvado; vé en paz”. El perdón de Jesús nos trae gozo, paz, y una nueva vida.
O bien podemos ser como los fariseos y pretender que no somos pecadores. En tanto nos mantengamos en esta actitud, no será posible recibir perdón de nuestros pecados. Debemos confesárselos a Jesús y pedirle que nos perdone. Antes de poder recibir la vida eterna, nuestros pecados tienen que ser perdonados.